JORGE LUÍS BORGES (“Historia de la eternidad.”)
Desde El Autómata Ajedrecista en 1912 -de nuestro Leonardo Torres Quevedo- hasta el prolijo Deep Blue – de un tal IBM- que derrotó a Kasparov en 1997 han fluido casi 100 años henchidos de escaques, unos y ceros. Que fuera un español el que inventó el primer autómata del mundo capaz de dar el mate de rey y torre contra rey, no es el objeto de esta diatriba.
El ocaso de los ídolos del tablero frente a la fuerza bruta de los bytes se sabía que era tan solo una cuestión de tiempo: se sabía desde 1912. Es verdad que los ordenadores no son inteligentes –en la acepción cotidiana del término- , pero no es menos cierto que su memoria es infinita comparada con la nuestra. La riqueza del juego de ajedrez es innumerable, y tardaríamos la eternidad y un día en describir un concepto tan inasible. Pero esa plenitud se consigue gracias a que los jugadores son humanos, es decir, limitados. Cuando vemos un problema del tipo “blancas juegan y dan mate en 7 jugadas” podemos resolverlo si nos dan el tiempo suficiente, pero si nos piden “mate en 37” las raíces del árbol de posibilidades abarcan todos los predios del mundo. La computadora en cambio sí puede abordar el problema, por eso decimos que La Máquina ha superado al Hombre.
Es verdad que el ordenador no entiende lo que es un gambito, ni sacrificar la calidad, ni un sacrificio posicional, ni una garita para el caballo, ni un final de peones favorable, pero no le hace falta saberlo: su procesador barrerá todas las jugadas posibles –que no plausibles- y entre ellas están las que nosotros queríamos hacer. El ordenador verá qué posición resulta después de hacer todas esas jugadas y elegirá la mejor: elegirá la mejor no desde el punto de vista estocástico -como ocurre en el Texas Holdem-, sino desde el determinismo. Nosotros sólo podemos prever a lo sumo 11 o 12 jugadas. El humano se vale de la estrategia para prever las jugadas que sus glías son incapaces de vislumbrar.
Cuando la lid es entre personas, a igualdad de las restantes facultades y conocimientos, el mejor estratega será el vencedor. Del mismo modo, a igualdad de facultades y conocimientos -salvo la memoria- si yo veo hasta mate en 6 y tú ves hasta mate en 7, siempre me ganarás. Y qué decir de la Teoría de Aperturas, en las que los jugadores memorizan todas las variantes hasta la jugada… veintipico!!! El jugador que haya memorizado un poco más que el otro, partirá con una ligera ventaja en el Medio Juego. Por eso Bobby Fischer, tras su retorno, propuso que antes de cada partida se sorteara la ubicación de las piezas de la primera fila, para que la inteligencia influyera más que la memoria en el decurso de la brega.
La afirmación “el ajedrez es exclusivamente memoria” puede ser exagerada, injusta o cierta dependiendo del contexto. Evidentemente en partidas entre humanos el ajedrez es muchas más cosas y no creo que su riqueza en matices pueda superarse por ningún otro “juego”, pero la fuerza bruta de la memoria de los ordenadores –tan estúpidos que sólo saben sumar unos y ceros- ha demostrado que el ajedrez puede reducirse exclusivamente a memoria. Otro tema sería las fundadas sospechas de Kasparov cuando perdió con Deep Blue, al intuir que la computadora estaba recibiendo ayuda humana externa que eliminaba las variantes estúpidas –que tanto tiempo le roban al procesador- para que se centrara en las pertinentes. La prueba más evidente de esta acertada acusación fue que IBM se negó a facilitar las hojas de listado de proceso y se apresurara en desmantelar la máquina. De cualquier modo, eso fue hace 11 años y desde entonces todos sabemos lo que han avanzado las informáticas.
El juego de mesa más antiguo del mundo, el Go (recomiendo la reciente cinta: “El maestro de Go”) se jugaba en la China desde hace 4000 años, y hoy es en Japón y Corea lo que el ajedrez en Occidente. Con un pequeño matiz: un jugador medio de Go no puede ser derrotado por un ordenador. En cambio, en ajedrez, si ya hace una década vencieron al campeón del mundo, hoy probablemente bastaría un ordenador común para vencer a la mayoría de los Grandes Maestros. Las posibilidades del Go son más infinitas (¿cuántos rangos de infinitud existen?¿existen los números transfinitos?) que las del ajedrez y el juego se rige mucho más por la estrategia que por la memoria. Quizá por eso las grandes empresas niponas, antes de contratar a un ejecutivo, le preguntan cuál es su ranking de Go. El caso es que en un tablero de ajedrez de 8x8 se pueden dar solamente 4.634.726.695.587.809.641.192.045.982.323.285.670.4000.000 situaciones (obtenidas con factorial de 64 dividido entre: la potencia sexta del factorial de 2, la potencia segunda del factorial de 8 y el factorial de 32, cónfer "Ajedrez y matemáticas", de Bonsdorff), pero en el tablero de Go de 19x19 hay más de 10 elevado a 170 posiciones, de ahí el vetusto proverbio: “nunca se ha jugado la misma partida de Go dos veces”.
Y finalmente llegamos al ínfimo Texas Holdem, adrenalina pura. Digo ínfimo, en comparación con los anteriores, porque toda la estrategia necesaria para ganar se hilvana entorno al bastión de una sola ecuación: la esperanza, o, como versan en Nueva Sajonia, la expectative value. No dudo que tarde o temprano aparecerá otro Leonardo con un autómata que juegue partidas de Texas Holdem perfectas. Quizá ese dadivoso software ya exista, ¿por qué el gran jugador Chris Ferguson se doctoró en informática si él había estudiado matemáticas?
A todo esto, creo que las máquinas se merecen un trato más humano ya que, a fin de cuentas, no son más que una parida nuestra. Así, cuando nos preguntamos si es mejor la computadora o el ajedrecista estamos en realidad haciéndonos la vieja pregunta de ¿puede un sistema comprenderse a sí mismo? Y la respuesta nos la daría la famosa paradoja del barbero, de Bertrand Russell.
De modo que, aceptando la tesis de que El Hombre no puede superar a La Máquina en un torneo de ajedrez, nadie se ha preguntado por el inevitable corolario que surge: ¿puede El Hombre superar al Mono? Que yo sepa, nunca ningún hombre se ha enfrentado a un mono en un tablero de ajedrez. Esperamos que al igual que el siglo XX disipó la duda sobre La Máquina, el XXI nos aclare si nos puede El Mono. ¿Y qué pasaría si algún día descubrimos mediante ingeniería genética que El Hombre no es más que un bio-autómata fabricado por El Mono? Quizá a alguien le resulte un poco peregrina la hipótesis de un pitecantropus sideral colonizando planetas y manipulando cadenas de ADN, pero no es más descabellado que pensar que El Hombre es un ser superior o que un desmemoriado pueda suplantar a la mismísima Biblioteca de Babel.
Me quedo con la cita de Borges: “Los monos podrían hablar si quisieran, pero han resuelto callarse para que no les obliguemos a trabajar”.
A las sazón, léase la maravilla de Kafka “Un informe para una academia”, que se lee en escasos 10 minutos y que empieza con “Ilustrísimos señores académicos: es para mí un honor que me hayan ustedes invitado a presentar a esta academia un informe sobre mi anterior vida de mono.[…]” (una pena que todo el mundo hable de su mediocre relato “La metamorfosis” y nadie conozca este relato o el también excelente “Un artista del hambre” que también empieza de manera insuperable: “En los últimos años ha remitido mucho el interés por los artistas del hambre. […]”).
2 comentarios:
Lo que más me gusta de todo esto es que sean cartas, fichas, o piezas de ajedrez, no se puede confiar en la suerte o en los amuletos. Me río de esos jugadores que van a jugar a Las Vegas con una pata de conejo encima de la mesa esperando recoger u n poquito de suerte. Después de todo, la pata de conejo no le dio mucha suerte al conejo!!
Como dijo George Bernard Shaw: "La lotería es el impuesto de los tontos."
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